EL GENERAL PRIMO DE RIVERA IMPUSO EN 1928 LA OBLIGATORIEDAD DEL USO DEL PETO EN LOS CABALLOS
EL GENERAL PRIMO DE RIVERA IMPUSO EN 1928 LA OBLIGATORIEDAD DEL USO DEL PETO EN LOS CABALLOS
Durante
todo el siglo XIX las corridas de toros fueron un espectáculo
sangriento similar
al de un circo romano, pues los ruedos se cubrían de caballos
muertos o agonizantes despanzurrados en la arena. La proporción de
caballos muertos en las plazas cada temporada era tres veces
superior a la de los toros.
El periódico taurino madrileño “El
Enano” sin ir mas lejos, daba en 1855 la noticia de que en esa temporada
se habían matado en Madrid 191 toros mientras en ese ruedo
habían muerto por asta de toro 412 caballos, 14 de ellos en las
cuadras a consecuencia de las heridas producidas por los toros. Es más,
la bravura de los toros se media entonces por el número de
caballos muertos en la suerte de varas. Era normal oír en las plazas
el grito del público al toro bravo: ¡Caballos, caballos! pidiendo más
sangre... que ya era el colmo de la crueldad. Por otro
lado, en 1785 por ejemplo, el producto de la venta de las colas de
los caballos que sucumbían en las plazas, sin duda para aprovechar sus
cerdas, se destinaba para una novena al “Cristo de los
Traperos”, cuya imagen se veneraba en la Iglesia de la Concepción
Jerónima de Madrid.
Sin
embargo la sensibilidad del público fue cambiando con la llegada del
nuevo siglo, y ya
a principios del siglo XX los aficionados veían desagradable la
muerte inútil de tanto caballo en los ruedos. Era algo que iba limando
las conciencias de los aficionados. Se hacía ya insoportable
para los públicos la repugnancia que transmitía la suerte de varas
con los jacos muertos y despanzurrados con los mondongos fuera y
esparcidos en los ruedos.
Fue
a finales de los años 20, en plena dictadura del general Primo de
Rivera, cuando se
implantó la protección o petos a los caballos. La chispa que colmo
el vaso ocurrió en una corrida de toros celebrada en Aranjuez a
principios de temporada de 1928, a la que asistió el presidente
del Gobierno Primo de Rivera acompañado de una distinguida dama
extranjera, ligada familiarmente a un ministro francés. Ocupaban un
asiento preferente de barrera y ocurrió que unos de los toros,
tras romanear y campanear a sus anchas a uno de aquellos escuálidos
caballos, salpicó con sus tripas y con parte de lo que estas contenían a
todos los espectadores que se hallaban presenciando el
espectáculo en la zona donde se encontraba la ilustre pareja. El
dictador tuvo que pasar un mal rato tan grande, que tras el espectáculo
dio la orden tajante a su Ministro de la Gobernación de
que adoptara las medidas oportunas para acabar para siempre con tan
salvaje y vomitivo espectáculo. Y de ahí vino directamente la imposición
del peto en los caballos que practicaran la suerte de
varas. Oficialmente se implantó en el año 1928, estando como
ministro de la Gobernación el general Martínez Anido, que dispuso en La
Gaceta de Madrid, que a partir del día 8 de abril de ese año
se prescribía el uso obligatorio de los petos protectores para los
caballos de picar en las plazas consideradas de primera categoría, entre
ellas la de Tetuán de las Victorias en Madrid, una
plaza en la que anteriormente y durante un año se habían llevado a
cabo los pruebas del peto. Esta disposición fue después ratificada por
Real Orden de 13 de junio, que ya extendía su
obligatoriedad a todas las plazas de España.
Pero
ya en la temporada de 1926 (dos años antes de la imposición legal), el
general Primo
de Rivera encargó a una Comisión el estudio de las posibles reformas
que habría de acometer en el primer tercio de la lidia. El sentir
popular era unánime a favor de acabar con aquel repulsivo
espectáculo y se hicieron en aquellos años muchas y variadas
propuestas para solucionar el problema. Se pensó incluso en suprimir la
suerte de varas y poner un rejón de castigo por parte de un
rejoneador, pero se comprendió que eso vulneraría la esencia del
toreo y de la lidia. Ignacio Sánchez Mejías fue una de las voces
autorizadas que se mostró en contra de ese rejón de castigo:
“suprimir la suerte de varas es suprimir la Fiesta” dijo.
Así
pues ya en 1927 se celebraban corridas con petos de prueba y hubo
incluso un concurso
de ideas en la Plaza de Tetuán de las Victorias con varios modelos
de distintos materiales como cuero, caucho, rejilla metálica, tela o
guata. A aquel concurso se presentaron petos de la Viuda de
Bertoli, de Manuel Nieto Bravo, de Esteban Arteaga y de Juan Andrés
Yuste, que a la sazón fue quien ganó el concurso de ideas. Su peto
presentado era de una sola pieza, con la parte exterior de
paño fuerte, de color gris y la interior, de lonas de algodón y se
terminaba con guarnición de ribetes de cuero. Llevaba también un
faldoncillo enguatado de una cuarta de largo para proteger la
bragada del caballo.
En
1934 se aprobó otro modelo que pesaba 15 kilos. Fue presentado por
Cipriano Reyes
Ortiz, e introducía la innovación de una pieza que cubría la parte
posterior del caballo, y llevaba dos lonas impermeabilizadas con una
capa de algodón impermeabilizado y con un moteado de
cáñamo, dos telas rectoras de gran calidad, con otra capa del mismo
algodón, cubriendo esta última con una lona de color marrón y un moteado
que cogía todas las telas y lonas del artefacto
protector. Su coste era de 350 pesetas de 1934.
El
ganadero Manuel García-Aleas vio con buenos ojos la imposición del uso
del peto pues
así se impedía que los ácidos de las tripas de los pobres caballos,
volvieran burriciegos a los toros en el transcurso de la lidia, y además
se podía medir mejor las fuerzas de estos al romanear
al caballo, al peto y al picador. En aquellos años ocurrió que los
picadores no estaban de acuerdo con la imposición del peto, porque según
decían ellos, practicar la suerte así era muy
peligroso. ¡Qué equivocados estaban! Eso ocurrió en una novillada
experimental celebrada el domingo de Piñata de 1927 en Madrid, un 6 de
marzo. Alternaban en el cartel Curro Puya, Carlos Susoni y
el debutante malagueño Ramón Corpas, que se las vieron con un
encierro de la ganadería sevillana de Rufino y Moreno Santamaría,
novillos-toros con los que se probaron varios modelos de peto. La
prueba resultó mal pues a pesar de los artefactos protectores los
caballos murieron en la suerte de varas. Los más reacios a la nueva
imposición, como no, fueron los propios picadores, que no
comprendieron que con el paso de los años serían los más
beneficiados, ya que iban a ir subidos en un auténtico tanque blindado a
prueba de bomba. Y con esta novedad desaparecería prácticamente
la suerte de quites. Una suerte que se creo para quitar a los toros
de encima de los caballos y que ha llegado a desaparecer por
innecesaria. En la actualidad, con la poca fuerza de estos toros
surgidos tras la Guerra Civil y con los tanques blindados en que se
han convertido los caballos, a quien hay que quitar de encima del toro
es a los propios caballos. Se han invertido los papeles:
el verdugo ha pasado a ser víctima y la víctima el verdugo.
La
prensa de la época también opinó mucho sobre el tema y movió mucho la
opinión de los
aficionados. Así vemos por ejemplo como el crítico “Triquitraque” en
El Correo de Andalucía titulaba su crónica de la primera corrida de
toros con petos en Sevilla con un irónico: “Chalecos de
fantasía”, y en la que se oponía tajantemente a la imposición de los
petos, porque según él dejaba a los picadores indefensos (¿..?),
fíjense que gran error estaba cometiendo. También el ABC de
Madrid se mostraba contrario a la utilización de los petos, y así lo
mostraba su cronista Rafael Sánchez-Guerra que decía: “ni petos, ni
corazas. Para picar sólo vale el brazo firme del picador“.
Otros periódicos vislumbraban en el uso del peto el inicio del fin
de la Fiesta de los Toros. Una visión que ahora en el siglo XXI ya,
lejos de ser exagerada resulta bastante certera, pues la
suerte de varas se ha convertido en el auténtico “fielato” de la
Fiesta. Como decía Ignacio Sánchez Mejías: “en el temple del picador
nace el de la muleta”, pensando que en el caballo se prepara
a los toros para el último tercio. Pero la realidad es muy otra. Hoy
en día es en el caballo donde sucumben la mayoría de los toros.
Con
la imposición del peto, se puso en práctica en la suerte de varas otra
medida que dio
una nueva dimensión a esta suerte. Me refiero a prohibir a los
picadores estar en el ruedo a la izquierda de chiqueros cuando el toro
salía de toriles, tal y como se venía haciendo desde los
tiempos de Paquiro, que fue quien puso orden en las corridas de
toros. A partir de ahora sólo pueden salir al ruedo los caballos de
picar cuando el toro haya sido recibido y lanceado con los
capotes y el presidente del festejo lo ordene.
Lo
mismo ocurrió con las dos rayas para picar en el tercio de donde no se
puede salir el
picador mientras ejecuta la suerte. Antiguamente cuando los caballos
aun iban sin protección, se podía picar en cualquier punto del ruedo
incluidos los medios, sin que hubiera marca alguna
divisoria donde hacer la suerte. Como en esta práctica hubo también
su picaresca en los del castoreño, tanto para los toros que eran bravos
como para los mansos, se impuso en estos años una
circunferencia a siete metros de la barrera de donde no podían
salirse. Esta marca se reglamentó como obligatoria en 1923, y en 1959 y a
propuesta del matador Domingo Ortega, se impuso la segunda
raya delimitando así la zona del toro y la zona del picador: una
raya interior a siete metros de la barrera y otra exterior a nueve
metros de las tablas.
En
la nueva reglamentación de la Fiesta de 1992 se aumentó un metro la
distancia de
separación, quedando la raya exterior a 10 metros de las tablas.
Estas nuevas normativas iniciadas en los años 20 han marcado el
transcurrir de la Fiesta desde mediados del siglo XX a nuestros
días, añadiéndole además circunstancias como la fuerza que desde
entonces adquirieron los picadores dentro del Sindicato de Toreros, que
como saben está en manos de banderilleros y picadores. Por
esta razón es inamovible esa puya piramidal y canallesca, con bordes
cortantes como cuchillas, que más que picar lo que hace es barrenar en
los morrillos de los toros dejándolos ya para el
arrastre. Y es lo que dice el refrán: con estos mimbres tenemos
estos cestos... y esto no hay quien lo arregle, pues la sartén de la
Fiesta la tienen los picadores cogida por el
mango.
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