por: Paola Moronta III |
El codilleo, es un defecto que consiste "en colocar los brazos en escudo ante el tronco, pegando los codos a éste sin despegar aquéllos". Lo que, al fin y al cabo, no representa otra cosa que el ejercicio de un instinto de defensa ante el peligro.
Notas
Un antiguo e inteligente crítico taurino, D. Federico M. Alcázar, en su libro la "Tauromaquia moderna", escribe: "Hasta hace veinte años, el codilleo era uno de los pecados capitales del toreo".
Y agrega: "Un torero codillero
estaba incapacitado para adquirir patente de buen torero".
Por su parte, el ilustre historiador
don José María de Cossío, comenta: "Cuando Juan Belmonte toreo en un
tentadero ante aficionados solventes, el ganadero D. Félix Urcola reparó en que
tenía el defecto de codillear, es decir, de despegar poco los brazos del
cuerpo, lo que hacía que los toros le pasaran muy cerca y que quedaran, al
rematar las suertes, excesivamente próximos al diestro.
Razón tenía al llamarle defecto entonces; pero es el caso que este codillear ha venido a ser fundamento del nuevo modo de torear impuesto por el trianero y que hoy prevalece.
Los diestros, a competencia, se dejan
pasar el toro cada vez más cerca; y el público lo aplaude, y censura el torear
despegado y suelto, aunque sea observando todas las reglas que prescriben los
tratados clásicos.
Otro buen y documentado escritor, Edmundo G. Acebal, comentó:
"Codillear, en buen romace taurino, es torear despegando poco los brazos del cuerpo, dejando que sean las manos las que actúen casi exclusivamente en la realización de los lances.
El codilleo puede ser producto del miedo o de la ignorancia, en cuyo caso ha de estimarse como un defecto; pero, contrariamente, puede ser consecuencia de la sabiduría y del dominio, y entonces no hay más remedio que aceptarlo como una virtud utilísima en el arte de torear.
Otro buen y documentado escritor, Edmundo G. Acebal, comentó:
"Codillear, en buen romace taurino, es torear despegando poco los brazos del cuerpo, dejando que sean las manos las que actúen casi exclusivamente en la realización de los lances.
El codilleo puede ser producto del miedo o de la ignorancia, en cuyo caso ha de estimarse como un defecto; pero, contrariamente, puede ser consecuencia de la sabiduría y del dominio, y entonces no hay más remedio que aceptarlo como una virtud utilísima en el arte de torear.
El codilleo por miedo e ignorancia
entorpece y afea el toreo, pero lo facilita y embellece cuando se ejecuta con
la conciencia de su eficacia.
Codillear, en el sentido depresivo del vocablo, es propio de aprendices inexpertos; en el de la virtud tan sólo es factible por los veteranos de alta clase, que lo utilizan en la iniciación de las suertes para estrecharse con el toro, dando emoción y belleza, para luego correr la mano y alargar el lance con mando y dominio, hasta rematarlo con el mejor aire y maestría.
Codillear, en el sentido depresivo del vocablo, es propio de aprendices inexpertos; en el de la virtud tan sólo es factible por los veteranos de alta clase, que lo utilizan en la iniciación de las suertes para estrecharse con el toro, dando emoción y belleza, para luego correr la mano y alargar el lance con mando y dominio, hasta rematarlo con el mejor aire y maestría.
Claro está que cuando el codilleo alcanza íntegramente a todo el lance, entorpeciendo su desarrollo y afeándole, podrá ocasionar cierta impresión patética, pero resta, sin duda, belleza al toreo, aunque adquiera una particular importancia plástica indefinible; por otra parte, todo el toreo de manos bajas, es oriundo, desde "Gitanillo de Triana", de este defecto técnico, para algunos imperdonable, pero que constituye para algunos diestros piedra fundamental y recuerdo infalible de sus triunfos.
Yo ya sé que codilleando se dificulta el mando y se disminuye la extensión de los lances, puesto que se les restringe al cargar la suerte y el temple, que son las dos cualidades técnicas más bellas del toreo; pero el "truco" permite atraerse al toro, pasárselo cerca, ceñírselo, paretarse con él y dejárselo ajustado en el remate, lo cual es muy importante porque esto de ceñirse al toro, tan trascendental en el toreo desde que el toreo existe, sólo puede conseguirse de dos maneras: o cargando la suerte y yéndose uno hacia el burel, echando el pie hacia adelante hasta embraguetarse, privilegio de artistas consumados y valientes, o atrayéndoselo hacia uno por medio del codilleo (en este caso, forma inversa de cargar la suerte), lo cual tiene también su intríngulis.
Puede ser el codilleo un grave defecto, negación del buen arte de torear, como algunos tratadistas pretenden, cuando es ejecutado por manos inexpertas y vacilantes, entre las que el artista queda encadenado y entorpecido el arte; pero yo lo considero una virtud cuando le sirve al diestro para darle al toreo esa aflicción, esa angustia, ese patetísmo y también la nobleza, la grandeza y la belleza que han sido siempre, e irremediablemente seguirán siendo, los pilares de la Tauromaquia, porque de consuno representan la verdad y la estética, la emoción y el arte.
Así, pues, el codilleo, cuando es sabio y consciente, imprime al toreo, junto con la inquietud que el riesgo proporciona y la gracia que la gallardía y la seguridad procuran, una belleza artística dificil de conseguir sin su colaboración".
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