El aldabonazo de Jesús Enrique Colombo en la Catedral del Toreo / por Eduardo Soto Alvarez
Hace
años que no circulaba con tanta intensidad la adrenalina por las venas
de la afición venezolana. Gracias Colombito, nos sentimos orgullosos de
tu valor, gallardía y pundonor, como insignia de nuestra torería.
El aldabonazo de Jesús Enrique Colombo
en la Catedral del Toreo
Eduardo Soto Alvarez
Mérida-Venezuela, 13/10/2019.
La verdad es que el contundente aldabonazo de Jesús Enrique Colombo en
la Catedral del Toreo, no puede pasar desapercibido, incluso por la
evidente arbitrariedad cometida, que no es la primera vez que le
acontece, pues fui testigo presencial cuando algo similar le sucedió
durante su época de novillero.
JEC confirmó en la cúspide del orbe taurino, sus facultades, entrega y carisma, que lo hacen temible rival en el ruedo y no se puede descartar que siga tropezando con injusticias en los Palcos, que contrariando el mayoritario sentir de tendidos y entendidos, pueden exudar una curiosa iniquidad.
Los
atropellos no son ajenos ni a la vida ni en los toros, pero deben
servir de estímulo, pues la sabiduría popular nos recuerda que no hay
mal que por bien no venga.
Hace
años que no circulaba con tanta intensidad la adrenalina por las venas
de la afición venezolana. Gracias Colombito, nos sentimos orgullosos de
tu valor, gallardía y pundonor, como insignia de nuestra torería.
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Existe la costumbre que cuando un subalterno coloca con brillantez las
banderillas, su matador lo autoriza a saludar desde el tercio. Sin
embargo, en nuestro país no suele practicarse mucho esa costumbre, justo
reconocimiento a la destreza de un torero de plata. Habría que subsanar
el asunto, tratando de herir lo menos posible la susceptibilidad del
matador, que al ejecutarse un buen par, debiera ser el primero en
invitar al subalterno a desmonterarse y agradecer los aplausos.
A
veces la falta de motivación, sobre todo con matadores que vienen de
fuera, podría explicarse pues actúan con una cuadrilla local que apenas
conoce o porque los acompaña un subalterno de confianza, que puede
haber sido opacado por el del patio.
Cabe
preguntarse si ante la ovación del soberano, la indiferencia del
matador y la ausencia de reglas sobre la materia, no podría el
Presidente, máxima autoridad del festejo, corregir la injusticia y
ordenar el saludo del banderillero o quizás, una vez finalizada la
lidia del toro, se le pudiera hacer un reconocimiento por la megafonía
interna de la plaza. Pero siempre es mejor prevenir y se pudiera
hablar sobre el asunto con quien vaya a ser el Director de Lidia, para
tratar de evitar que situaciones tan incómodas para todos lleguen a
presentarse.
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La Tauromaquia es un arte y sus manifestaciones destacadas merecen
premio, de allí la importancia que la autoridad del festejo tenga
suficiente afición, conocimiento y sindéresis, pues a veces el librillo
no basta y le toca suplir sus lagunas y enderezar entuertos.
Tal
es el caso que aconteció hace algún tiempo en la Monumental de Mérida;
resulta que un rejoneador trataba de culminar su faena, pero falló con
la hoja de peral, entonces echó pie a tierra, hizo rodar al toro de gran
estocada y el Presidente decidió otorgarle una oreja.
Algunos
puristas dirán que no le correspondía, que es más fácil entrar a matar
a un toro arreglado para rejones, pero cómo sería el espadazo para que
el público reaccionara de manera tan contundente, que la Presidencia
tuvo que otorgar un auricular a quien utilizó el estoque con tanto
acierto y eficacia.
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Un buen amigo y taurino, me comentó que había visto hace poco por TV
un película sobre la vida de El Fandi, que el propio diestro
protagonizaba y se refirió en particular a un pasaje que demuestra la
solidaridad que debiera prevalecer en el ánimo de los toreros. Al
parecer, en un mano a mano entre Enrique Ponce y El Fandi, el primero
había cortado dos orejas, pero Usía le negó al segundo el par de
apéndices que merecía su faena y que la mayoría del público había
solicitado con insistencia.
Enrique,
a quien le correspondía salir a hombros por la puerta grande se negó de
plano, a menos que se rectificara y David cosechara también los
honores que en justicia le correspondían.
No
sé cuál haya sido el desenlace, pero lo importante es el ejemplo que
ofrece la actitud del gran torero y académico de Bellas Artes, pues
gestos de esta naturaleza no están al alcance de todos los espíritus.
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